Evangelio de Hoy Miércoles 7 de agosto.

Como todos los días, hoy les traemos a ustedes la palabra del señor. Lecturas, Salmo, Aclamación, el Evangelio de Hoy Miércoles 7 de agosto y la homilía diaria.

Al final del artículo encontraran el comentario del Evangelio del día de hoy para todos aquellos que quieran leer una explicación del evangelio, y las homilías diarias.

Miércoles de la XVIII semana del Tiempo ordinario
Lectio Divina: 409

Lecturas Bíblicas del día de Hoy

Primera Lectura de Hoy

Libro de Jeremías 31, 1-7.

“En aquel tiempo, dice el Señor,
yo seré el Dios de todas las tribus de Israel
y ellos serán mi pueblo.

El pueblo de Israel, que se libró de la espada,
halló misericordia en el desierto
y camina hacia el descanso;
el Señor se le apareció de lejos’’.

Esto dice el Señor:
“Yo te amo con amor eterno,
por eso siempre me apiado de ti.
Volveré, pues, a construirte
y serás reconstruida, capital de Israel.

Volverás a tocar tus panderos
y saldrás a bailar entre músicos y coros;
volverás a plantar viñas en los montes de Samaria
y los que las planten, las disfrutarán.
En la montaña de Efraín gritarán los centinelas:
‘¡Ya es de día! ¡Levántense y vayamos a Sión,
hacia el Señor, nuestro Dios!’ ”

Esto dice el Señor:
“Griten de alegría por Jacob,
regocíjense por el mejor de los pueblos;
proclamen, alaben y digan:
‘El Señor ha salvado a su pueblo,
al grupo de los sobrevivientes de Israel’ ”.


Salmo Responsorial de Hoy Jeremías 31, 10. 11-12ab. 13.

Escuchen, pueblos, la palabra del Señor,
y anúncienla aun es las islas más remotas:
“El que dispersó a Israel lo reunirá
y lo cuidará como el pastor a su rebaño”.
El Señor será nuestro pastor.

Porque el Señor redimió a Jacob
y lo rescató de las manos del poderoso.
Ellos vendrán para aclamar al monte Sión,
Y vendrán a gozar de los bienes del Señor.
El Señor será nuestro pastor.

Entonces se alegrarán los jóvenes, danzando;
se sentirán felices jóvenes y viejos,   
porque yo convertiré su tristeza en alegría,   
los llenaré de gozo y aliviaré sus penas.
El Señor será nuestro pastor.


Aclamación antes del Evangelio

Aleluya, aleluya.
Un gran profeta ha surgido entre nosotros.
Dios ha visitado a su pueblo.
Aleluya.


Evangelio de Hoy Miércoles 7 de agosto de 2024

Evangelio según San Mateo, 15, 21-28.

En aquel tiempo, Jesús se retiró a la comarca de Tiro y Sidón. Entonces una mujer cananea le salió al encuentro y se puso a gritar: “Señor, hijo de David, ten compasión de mí. Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio”. Jesús no le contestó una sola palabra; pero los discípulos se acercaron y le rogaban: “Atiéndela, porque viene gritando detrás de nosotros”. Él les contestó: “Yo no he sido enviado sino a las ovejas descarriadas de la casa de Israel”.

Ella se acercó entonces a Jesús y postrada ante él, le dijo: “¡Señor, ayúdame!” El le respondió: “No está bien quitarles el pan a los hijos para echárselo a los perritos”. Pero ella replicó: “Es cierto, Señor; pero también los perritos se comen las migajas que caen de la mesa de sus amos”. Entonces Jesús le respondió: “Mujer, ¡qué grande es tu fe! Que se cumpla lo que deseas”. Y en aquel mismo instante quedó curada su hija.


Homilía de hoy Miércoles 7 de agosto.

El pasaje que hoy meditamos nos presenta un encuentro sorprendente y profundamente significativo entre Jesús y una mujer cananea. Esta narración nos desafía a examinar nuestras propias actitudes hacia los demás y nos revela la naturaleza universal del amor y la misericordia de Dios.

La escena se desarrolla en la región de Tiro y Sidón, territorio gentil. Jesús, que habitualmente se movía entre su pueblo judío, se encuentra aquí con una mujer extranjera, una cananea. Esta mujer se acerca a Él clamando por la curación de su hija, que está atormentada por un demonio. Su grito, «¡Señor, Hijo de David, ten compasión de mí!», revela no solo su desesperación, sino también su fe en Jesús como el Mesías prometido.

La respuesta inicial de Jesús es desconcertante. Primero guarda silencio, y luego, ante la insistencia de sus discípulos, declara que ha sido enviado solo a las ovejas perdidas de la casa de Israel. Esta aparente dureza de Jesús nos invita a reflexionar sobre nuestros propios prejuicios y limitaciones. ¿Cuántas veces nosotros mismos establecemos barreras, considerando que la gracia de Dios es solo para «los nuestros»?

Sin embargo, la mujer no se desanima. Se postra ante Jesús y suplica: «¡Señor, ayúdame!». Su perseverancia es admirable, nacida de una fe profunda y de un amor maternal inquebrantable. La respuesta de Jesús, aunque puede parecer dura a primera vista, es en realidad una invitación a un diálogo más profundo: «No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos».

La réplica de la mujer es brillante en su humildad y su fe: «Es cierto, Señor; pero también los perritos comen las migajas que caen de la mesa de sus amos». Con estas palabras, la mujer demuestra no solo su agudeza, sino también su comprensión de que la gracia de Dios es tan abundante que incluso las «migajas» son suficientes para sanar y salvar.

Es en este momento cuando Jesús revela el verdadero propósito de este encuentro. Exclama: «Mujer, ¡qué grande es tu fe! Que se cumpla lo que deseas». La hija de la mujer queda curada en ese instante.

Primero, nos muestra que la fe verdadera persevera ante las dificultades y los aparentes rechazos. La mujer cananea no se rinde ante el silencio inicial de Jesús ni ante sus palabras desafiantes. Su fe la impulsa a seguir suplicando, confiando en la bondad y el poder de Cristo.

Segundo, nos recuerda que el amor de Dios trasciende las fronteras étnicas, culturales y religiosas. Aunque Jesús fue enviado primeramente al pueblo de Israel, su misión última era la salvación de toda la humanidad. Este encuentro prefigura la expansión del Evangelio a todas las naciones.

Tercero, la actitud de la mujer nos enseña el valor de la humildad en nuestra relación con Dios. Ella no reclama derechos, sino que acepta su posición y suplica por la gracia de Dios. Esta humildad, combinada con su fe, conmueve el corazón de Jesús.

Como discípulos de Cristo, este pasaje nos interpela. Nos invita a examinar nuestros propios prejuicios y a estar abiertos a la acción de Dios en lugares y personas inesperadas. Nos desafía a perseverar en la fe, incluso cuando parece que Dios guarda silencio. Y nos recuerda que la humildad y la fe son las llaves que abren el corazón de Dios.


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